Finaliza un año escolar. La gran mayoría de estudiantes deja atrás
libros y cuadernos durante unas largas vacaciones, con la seguridad de que
pronto volverán a reencontrarse con sus profesores, amigos y los retos de un
nuevo periodo.
Para un grupo en especial este no será el caso. Se trata de aquellos que
silenciosamente o no, junto con sus padres, lucharon y se rindieron. El matoneo
del que fueron víctimas en su propio colegio llegó a un nivel insostenible y la
única solución fue abandonar la institución en búsqueda de una nueva.
Un colegio nuevo donde la promesa con las directivas que acogerán al
estudiante matoneado en su colegio anterior, será la de ayudarlo a adaptarse
mejor, a estar pendiente de él para que no lo matoneen, para que tenga amigos
con los cuales se pueda relacionar mejor y profesores que le hagan un
seguimiento especial para evitar que la situación vuelva a ocurrir. Es lo mismo
que cuando le asignan un esquema de seguridad a una persona amenazada.
Pero lamentablemente esta no es la solución, es lo mismo que vender el
sofá.
La solución debe ser de fondo y debe ocurrir en el mismo colegio donde
tuvo lugar el matoneo. La víctima no puede ser convertida en victimaria y
pensar que carece de la fortaleza suficiente para hacerse respetar o no dejarse
matonear. Todo lo contrario, quien carece de valores, principios y una adecuada
educación en casa, es quien matonea. Son los padres de los niños que matonean
los primeros que deben acercarse a la institución educativa y poner la cara, no
solo frente al colegio sino frente a la sociedad. Quienes se deben ir a
colegios donde los ayuden a adaptarse mejor a la sociedad son los niños que
matonean, acompañados de cerca de sus padres, con el propósito de
resocializarlos a tiempo, no más adelante, cuando junto con el abuso del
alcohol y de las drogas los estragos no solo serán en el colegio sino en la
sociedad.
Rescato el ejemplo de un caso que sucedió en un reconocido colegio de
Bogotá, donde un niño tomó el celular de una compañera con el objetivo de
apropiarse no del teléfono sino de la información que contenía, con fines
específicos de matoneo. La niña desconsolada pensaba solo en lo peor, y no
quería volver al colegio. Los padres del niño matoneador se dieron cuenta del
hecho ante una alarma oportuna lanzada por la madre de la víctima. Al cabo de
una hora, los padres tomaron medidas efectivas y fueron a la casa de la niña a
devolverle el celular y a ofrecer excusas sinceras que venían no solo del niño,
sino de los padres que no fueron capaces de educar a su hijo de una manera
adecuada. El niño fue sacado del colegio de manera voluntaria por sus padres,
quienes a partir del momento se dieron cuenta de que tenían que tomar cartas en
el asunto.
No podemos permitir que los niños matoneadores se sigan escudando en las
directivas de colegios permisivos o temerosos de las represalias de unos padres
también permisivos a quienes una cierta posición social, política o económica
los convierte en intocables. Padres que con una simple llamada desencadenan una
estrategia jurídica de defensa al niño victimario y ridiculizan a la víctima y
al colegio. Niños que en muchos casos salen absueltos de toda culpa mientras el
drama del niño matoneado es ignorado por completo. Peleas entre padres y
abogados mientras quienes sufren son los niños.
Padres de niños matoneados y matoneadores, como adultos que son deben
hacer un frente común para identificar las causas y buscar las soluciones. Este
es un problema que si bien atañe a los colegios, tiene sus orígenes en la descomposición
social y de valores que estamos viviendo, donde quienes tenemos que salir al
rescate somos los padres de quienes pueden ser matoneadores o convertirse en
sus víctimas.
La ley le exige a los padres que mientras sus hijos no sean mayores de
edad se hagan cargo de ellos. Bajo este mismo principio, los padres de niños
matoneadores se deben hacer cargo de ellos y poner la cara ante los demás
padres, para buscar soluciones en las cuales a las víctimas se les proteja, y a
los verdaderos victimarios se les direccione en el camino correcto.
Mi solidaridad
con padres y niños que sufren día a día con esta absurda conducta de quienes
aún pueden ser educados por quien corresponde, sus padres.
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